CUATRO O CINCO VUELTAS AL MUNDO
¡Paf!, hizo contra el suelo el chanchito de las monedas de Arístides Laco.
¡Cuántas monedas! ¡No creí que tuviera tantas! – Exclamo, comenzando a levantarlas. ¿Qué puedo hacer con tanto dinero? ¿Compro un camión? No, no ¿Pongo un kiosco? Tampoco ¿una verdulería? Menos, que menos ¡Ah, ya se! Compro cosas viejas casa por casa, las amontono en el patio y cuando tengo muchas, abro un local de antigüedades y las revendo.
Y así hizo. Porque Arístides Laco era de los que decían “esto lo hago” y lo hacía.
Todo el día recorrió barrios, viendo, comprando y peleando por precios.
Y era de noche cuando volvió a su casa y comenzó a depositar lo comprado.
A ver, a ver.- murmuró -.Dos gomas de motoneta, una corneta de tranvía, una tabla de muy buena madera, un manubrio de bicicleta, una lona, un poste, un espejito de un Chevrolet 1956. ¡Nada más! ¡Pero qué cosas más lindas! La verdad es que da lástima tener que venderlas…! ¡Ah, ya se! – exclamo y dio un salto de alegría. Puedo hacer un monopatín y ponerle una vela como si fuera un barco, y podría ir a dar unas vueltas por el mundo… Cuatro o cinco vueltas, tal vez.
Y dicho y hecho, en lugar de acostarse a dormir Arístides se puso a construir su monopatín con vela.
Era de mañana cuando termino de dar el último martillazo.
¡Esplendido! ¡Quedo esplendido este monopatín con vela de barco! Dijo y comenzó a arrastrarlo a la calle.
¿Qué es eso que tiene Arístides? pregunto una vecina. ¿Un monopatín para andar en el agua?
No le contesto otra. Debe ser un barco para andar en la tierra.
Pero todo que aclaro cuando Arístides Laco dijo:
Es un mono barquito de mi invitación y “Laco l”.
¡Qué bien! Exclamaron los vecinos.
Y con el voy a dar unas vueltas por el mundo. Por lo menos cuatro y después vengo.
¿En serio? ¿Estás seguro? ¡No me digas! Se sorprendieron los vecinos.
¡Aja! Contento Arístides, que entrecerró los ojos y miro el horizonte infinito.
Bueno, entonces llévate una torta que hice recién, por si te da hambre en el viaje dijo una de las vecinas.
Y una bufanda por si te da frio dijo otra.
Y un sombrero.
Y esta tableta de aspirinitas por si te duele la cabeza.
Gracias, gracias contestÓ Arístides y colocÓ todas las cosas en un cajón de herramientas que había apoyado en la parte de atrás de la tabla. Y subiéndose al mono barquito, se fue tocando corneta por las calles.
De esta manera comenzó su largo viaje Arístides Laco, yendo a donde los vientos lo llevaban. Hasta que, según dicen, en Santiago del Estero encontró un señor que le dijo:
¡Qué lindo vehículo! Se lo cambio por mi carreta
¡Trato hecho! Le contesta Arístides, que se entusiasmo mucho con el trueque.
Y así siguió en carreta, kilómetros y kilómetros, rumbo al norte. Hasta que, según cuentan en Perú encontró a otro señor que le dijo:
¡Qué hermosa carreta! ¡Se la cambio por este Ford T!
¡Cómo no! Le contesto Arístides, mirando con mucha simpatía el auto que le ofrecía.
Y poniéndole nafta, siguió por los cerros y montañas, llanos y praderas.
Hasta que, según comentan, en un pueblito de Venezuela encontró a un señor con un camión. Y esta vez que Arístides quien propuso:
¿No me lo cambiaría por mi Ford T?
Bueno, bueno contesto el hombre, bajando de su vehículo y subiendo al camión siguió Arístides su alegre viaje en el que conocía lugares y personas.
Hasta que al llegar a las costas de México, de acuerdo con lo que se cuenta, encontró a un marinero de barco que le dijo:
¡Ay, si yo tuviera un camión como el suyo para ir a visitar a mi novia! ¿No me lo cambiaría por mi barco?
¡Por supuesto! Le contesto Arístides. Y después de ponerse la gorra que, además, el marinerito le regalo, partió por el agua.
ahí, ahí sí que se perdió toda noticia de Arístides y no se supo nada más de su suerte.
No se supo nada más hasta esa mañana en que, en su barrio, el zapatero don Amílcar comenzó a gritarles a todos que Arístides Laco estaba de regreso, después de dar cuatro o cinco vueltas al mundo.
¡Qué bien, que bien! ¡Qué suerte! Exclamaron todos – ¡Excelente!
¿Y en que volvió? Pregunto una vecina
¿Y en que ira a volver? Contesto don Amílcar, y se encogió de hombros. ¡En el mismo mono barquito en que se fue!
FIN
Florencia Cacciavillan y Jazmín Fara