Unos vecinos muy especiales
Cierto día en un barrio de esta ciudad un grupo de amigos jugaban tranquilos, en el campito baldío de la esquina de sus casas, cuando vieron llegar un camión cargado de muebles, pues la casa que estaba justo al lado del terreno se había alquilado.
Las personas eran casi como gigantes: altos deformes, todos peludos, era realmente un aspecto aterrador, a no ser por el abuelo que era el único que parecía normal, todos los demás daban miedo con solo mirarlos
Para la mala suerte del grupo esa misma noche llegaron los nuevos vecinos, en un auto viejo, todo destartalado, color azul con manchas blancas.
Los niños veían como entre carcajadas bajaban todas las cosas. La mujer, que era la que tenía mas cara de mala, miraba a los niños, que los observaban desde lejos, con cara de pocos amigos.
Los pequeños pensaron que eso era realmente el infierno y no se equivocaron; no tardaron en apoderarse de la mala onda y la tristeza del barrio, que hasta ese momento había sido muy alegre con las risas de los niños dando vueltas por sus tranquilas calles.
Los hijos, Cele Franco y Bruno, que así se llamaban, hacían todo cuanto su madre le mandaba, eran demasiado obedientes, nadie sabia realmente como funcionaba esa familia.
Todos salían muy temprano, el barrio se enteraba porque el auto, por así llamarlo, hacia un ruido fuerte y estrepitoso, largaba humo, tosía y al final arrancaba trasladando a todos vaya a saber a donde.
Un día de domingo el grupo decidió reunirse en el campito, cosa que era habitual en ellos pero que, desde la llegada de los vecinos, ya no ocurría con frecuencia, tenia mucho miedo a que María, como se llamaba la señora, saliera a correrlos y les hiciera cualquier maldad. Estaban jugando muy tranquilos, riéndose, disfrutando del hermoso fin de semana, las bicis, las pelotas, cuanto tiempo hacia que eso no ocurría, era como antes, la alegría los desbordaba, hasta que de pronto un pelotazo se incrustó en la ventana de la cocina cayendo los pedazos de vidrio en la tierra, al mismo tiempo todos salieron corriendo, el silencio nuevamente se apoderó del barrio y de sus calles. Por la noche, al llegar, los vecinos a su casa, se encontraron con el panorama: la ventana sin vidrios; rápidamente y furiosa la mujer salió a la calle a ver si encontraba a algunos de los niños, pero nadie estaba dando vueltas, entonces decidió cruzarse a la casa de enfrente, allí vivía uno de los pequeños, cuando pepito vio a su vecina que estaba en la puerta de su casa lo invadió el miedo, un calor le subía y le bajaba por todo el cuerpo, ahora la veía hablar con su madre pero no sabia bien de lo que estaban hablando, solo veía muecas, al entrar su madre tenia un gesto de enojo, entonces pepito le preguntó: “¿Que pasa mamá? Su madre muy enojada lo reprendió por la actitud cobarde que tuvo al no enfrentar lo que había hecho.
Cierto día, después de mucho tiempo de lo sucedido, el niño se enfermó, obvio que su mamá lo llevó al médico, enseguida le pidieron análisis.
Al otro día muy temprano pepito y su mamá salían para el laboratorio al mismo tiempo que los gigantones, como los llamaban los chicos, salían de su casa, con qué cara de mala que ella lo miraba, tenia mucho miedo, pero nada pasó, cada uno se fue para su lado.
Ya en el laboratorio pepito se sentó a esperar cuando de pronto la puerta se abrió y escucho que lo llamaban al mirar se encontró con su vecina: era justamente la vecina, si María era la bioquímica, no podía ser, era una pesadilla, pedía a gritos despertar, eso no podía estar ocurriendo, pasó casi al punto de la descompostura, veía cualquier cosa, justamente en ese momento la mujer tomó una jeringa y cuando lo estaba por pinchar le dijo suavemente: “Pepito esto no te va a doler, se que eres un niño muy valiente, cierra tus ojitos”. En menos de un segundo y sin que se diera cuenta todo había pasado. Maria se inclinó hacia el niño con voz dulce trato de decir mas o menos estas palabras: “Sé que nos tiene miedo por nuestro aspecto pero somos tan humanos y normales como ustedes, cuando algo les ocurra háganse cargo de sus acciones y nada les va a pasar, nunca juzguen a las personas por su aspecto.
A partir de ese momento los niños volvieron a jugar, en especial pepito que comprendió muy bien la lección: no juzgar a las personas sin conocerlas.
Fin
Autor: Leonel Dagatti